La Navidad era aquella época del año en que la realidad cubana parecía inmersa en una aureola de luz cuyos fulgores invitaban al amor, sugerían esperanzas y llenaban el paisaje de alegría. En realidad, el ambiente se permeaba de un aroma distinto, diferente. No es que en ello hubiera una manifestación de la naturaleza obediente a los designios de Dios. A tal pensamiento podría oponerse el hecho de que el 25 de diciembre no es considerado por los estudiosos y especialistas como el día de la natividad de Jesucristo. Tal día no está definido y es objeto de investigaciones, pero se adoptó el 25 como sustituto de la fiesta pagana al nacimiento del sol en el siglo IV.
Pero puesto que en la Navidad se evidenciaba lo mejor del hombre y el llamado al amor hacía difundir tal sentimiento en el ambiente, la presencia de lo divino se hacía realidad. La Navidad estaba en Dios y Dios estaba en la Navidad. Dañarla equivalía a dañar lo mejor y más noble del corazón cubano.
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